Además de ser parcialmente deudor de su próximo detractor Benedetto Marcello (quien atacará sus debilidades, y sobre todo las del mundo teatral de la época en el librito satírico “Il Teatro alla Moda”), por el uso de movimientos lentos muy intensos en sus conciertos, Vivaldi es decisivamente influenciado por la práctica musical de la Capilla de San Marcos, y en particular por los efectos de eco y los “dobles coros”.
La asombrosa novedad, que resultó en el consiguiente éxito internacional, está representada en la carrera de Vivaldi por la publicación en Ámsterdam en 1725 de la op. 8, Il Cimento dell’Armonia e dell’Invenzione, doce conciertos en los que emerge definitivamente la figura solista del violín. Aparte de La tempesta di mare, Il Piacere, La caccia, cuyos títulos remiten principalmente a efectos sonoros, es un verdadero “programa musical” lo que subyace en los primeros cuatro conciertos, La primavera, L’estate, L’autunno y L’inverno... las Cuatro Estaciones. Hay quienes han intentado contar el número de ejecuciones y grabaciones de esta obra maestra, debiendo detenerse ante cifras casi incalculables, que distancian netamente la plaza de honor de la 9ª Sinfonía de Beethoven.
Una música descriptiva escrita por un hombre de teatro, tan rica en efectos, imitaciones y guiños que resulta inmediatamente familiar para el público más amplio, fascinando por la técnica que requiere del solista. “Para terminar, improvisó una cadencia que dejó a todos asombrados, que nunca había sido ni podrá ser tocada de nuevo. Sus dedos llegaban a un hilo del puente y tocaban las cuatro cuerdas, con una velocidad que parecía increíble para todos”, escribe un testigo: el solista al que Vivaldi pensaba era él mismo.